La tristeza letal en Melitón

A mi hermana que supera la lucha contra el Covid19.

El enemigo finalmente conquistó territorio desde la falda hasta el corpiño roído por la polilla de la miseria y el ánimo quebrado, patrimonio de tantas mujeres en el pueblo de Melitón. Llegó al borde de su enagua escondido, colonizando toda la urdimbre y la trama.

Hay quien asegura que venía en alguna fruta -de polizón- y Ruth que le va siguiendo el paso aunque no le haya visto, dice que tuvo que arribar camuflado en los zapatos del electricista a quien, por un asunto lógico de pudores de antaño aún conservados, había sido imposible obligarlo a desnudarse para cumplir con las recomendaciones de mantener la amenaza a raya de casa. Aunque yo insisto en mi hipótesis para nada despreciable. Es más que probable que el impalpable y escurridizo demonio diminuto se hubiera instalado mucho antes entre las fibras de sus ropajes, cuando sumando el número 60 de la interminable cola entre potenciales víctimas ocupadas en repostar gasolina, ella se convertía – como otro cualquiera – en el blanco inesperado. La maldita cola era el ecosistema de aquel universo amenazante contenido en las diminutas gotitas de saliva suspendidas que aderezaban las emanaciones -mixtura de sudores, aroma a soleado y prenda húmeda, por cojones imposible de evitar.  En aquel drama compartido de la escasez, donde el obrero y el señorito de bien se confunden, agobiados todos por el calor pasteurizando el ánimo, ninguna mascarilla permanece en su correcto lugar.

Puede que haya sido esa la trayectoria del hostil, que no es ser porque no vive pero encarna la paradoja de arrebatar la vida. Nadie lo sabe porque nadie lo ve. Aquello seguirá siendo un misterio. Solo tenemos la certeza de que escurriéndose llegó hasta ella, seguramente la víctima perfecta. Ella quien tan solo un mes atrás había perdido al tester de su sazón, su saliva y su sexo, el compañero de incertidumbres y cotidianas certezas . Para colmo por aquellos días la pizarra de la cocina le taladraba en el pecho la misa por el aniversario de la muerte (también reciente) de su amada madre.

Su dolor era conocido por el vecindario pero no representaba un caso singular. Ella como muchas otras venía arrastrando la capa de croché y tristeza barriendo a su paso el suelo y atrapando con su larga y pesarosa cola las motas de polvo, las bolas de pelo y pelusa, la mugre de la calle empobrecida de aquel pueblo sin ley, e irremediablemente, la endemoniada bestia diminuta. Ha sido la tristeza la responsable de empujarla sobre la línea fronteriza y más allá hasta rozar el abismo oscuro del que no se conoce vuelta. La tristeza que en el olvidado poblado de Melitón es tremendamente más letal que la propia virulencia que lo azota.

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